sábado

¿Cómo puedes estar seguro?

Las murallas no son reversibles, siempre dejan una marca aunque la creas destruída hasta los cimientos. Pero eso no es tu culpa. Mi pasado no es tu culpa, ni mi personalidad, ni mis vaivénes. La culpabilidad, mi vieja amiga. Quizá la culpa sea de esos cigarros sin querer, de las palabras que entrevemos, de esa fuente que es testigo. Tal vez de esas caricias a destiempo, o del perdón que nunca has pronunciado. La culpa es del dejar hacer, del silencio, de mi cama, del "ya lo pensaré mañana". De mi armario, con esa lágrima escrita. La culpa es de esos mosquitos, de esa luz encendida, de ese gesto que ¿solo tiene lugar en tu cabeza. 

Quizá la culpa es mía, y de esa extraña obsesión que tengo por coleccionar piedras en el camino que ahora mismo estas entorpeciéndome, porque quiero y a sabiendas que mi papel en el tuyo se limita a una florecilla en el arcén. 

Tu piel de cordero te ha durado muy poco, y sin embargo, eso no ha hecho más que mejorar tu situación a la vez que me hundía en el fango. A mi nunca me han gustado los corderos. Ni las metáforas, ni las cosas claras, ni las aguas limpias ni la rectitud ni las cosas bien hechas. A mí me gustan las turbulencias, las medias tintas, el caos. 

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