jueves

Sólo eres alguien que solía conocer.

¿Por qué nos cuesta tanto cambiar? A veces nos aferramos tanto a las cosas que tenemos o que teníamos que nos es casi imposible soltarlas cuando llega el momento de hacerlo.
La dependencia de personas o de recuerdos es como una cadena que te atas al tobillo tirando la llave. Nunca puedes dejarla atrás, atrasa tu avance y si intentas saltar, te hundes. Lo peor de todo es que en la mayoría de los casos las cadenas no sirven absolutamente para nada. No te hacen ser mejor persona, no son justas con el pasado ni con el futuro.
Cuando dependes de una persona que no está vas perdiendo vida poco a poco. El circulo vicioso se pone en marcha: le necesitas, pero no está. El hecho de que no esté no merma la necesidad de él en absoluto. Es aún peor, la necesidad va convirtiéndose en obsesión.
Entonces estás completamente perdida: no puedes ver nada; nada en absoluto.
I don't even need your love but you treat me like a stranger and that feels so rough

lunes

I'm gonna buy a gun and start a war

Escondían almas humanas en cualquier portaaviones.
Los disparos se confundían con los latidos del corazón hasta no saber qué sonido era más vital.
Cada beso que daban escondía una pequeña y peligrosa granada en su más profunda esencia y en el suelo se entremezclaban la ropa de ambos con balas humeantes.
Cubría la habitación una densa escarcha que helaba la sangre en el más literal de los sentidos.
Percibíase el olor a fina pólvora, que invitaba a ser cauto, no fuera él a encenderse un cigarrillo en ese preciso momento y la explosión volase aquel cubículo de reproche, sexo y cobardía.
Podía oírse únicamente el rumor de ligeros gemidos: no decir nunca nada era la única norma.

viernes

y te cepillas el pelo, pero no aparece.

Aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece aparece.
Te pasas el cepillo por el pelo; una vez, dos veces, tres veces. Cuatro, cinco, seis. Veinte, veintiuna. Cincuenta. Sigues cepillando a pesar de todo, como si ese gesto pudiese borrar la angustia, el mareo, el frío. Dicen que cepillar el pelo cien veces con amor es una terapia superior a cualquier otra. Lo intentas aunque sabes que no funcionará.
Piensas en lo que te ha hecho reaccionar de esta manera. Piensas qué provoca que te aferres a una medicina basada en un cepillado de pelo. Y no puedes dejar de imaginarlo. No puedes. Vienen escenas, de aquí y de allá. Escenas del pasado, del desastroso presente; escenas que no han ocurrido, fantasías que nunca llegaran a  realizarse. Te preguntas por qué. Te preguntas hasta cuándo.
Las imágenes se suceden en tu cabeza. Casi puedes sentir como te coge la mano, como te pide perdón cuando no tenía que hacerlo, cómo te acaricia el pelo. Puedes ver su primera mirada de odio, puedes escuchar sus palabras.  Puedes ver su espalda la primera vez que te la dio. Puedes verte a ti misma tardando cinco minutos desde tu esquina a tu casa, pensando "aparece" una y otra vez. Puedes verte hablándole, explicándote, contándole la verdad, aunque eso no haya sucedido, y aunque es probable que no vaya a suceder.
No puedes dejar de verlo ni un segundo esta noche, y a veces, tampoco quieres dejar de hacerlo.
Sabes que mañana no volverá a mirarte de esa forma, sabes que no aparecerá, sabes que ha desaparecido. Sabes que ya nunca tendrás quién te proteja en las sombras, sin saberlo, cuando crees que no lo necesitas.